La bufanda alienígena
Yo había ido allí a por un masaje, pero la terapeuta me hizo tumbarme y repetir en voz alta frases dirigidas a mi progenitor
Hace poco leí una noticia que me hizo feliz. La científica suiza Astrid Stuckelberger declaró a un medio indio que en el CERN hay un portal por el que entran y salen seres de otras dimensiones. Según la doctora, varios trabajadores de la Organización Europea para la Investigación Nuclear le habrían hablado de la existencia de una trampilla hacia el multiverso. Si tenemos en cuenta que el CERN es el laboratorio de física más grande del mundo, esto no sorprende demasiado. Lo sorprendente es lo que Stuckelberger dijo después: un ser no humano habría aparecido en el laboratorio, dejando una bufanda como prueba.
La imagen lleva semanas dibujando una sonrisa en mi cara: una bufanda alienígena olvidada sobre un suelo de baldosas luminosas, una suerte de recibidor de los encuentros en la primera fase.
Cosas de la vida, hace años visité el CERN y recorrí sus pasillos grises. Me puse un casco y descendí al gran colisionador de hadrones. El interior del edificio tenía un aura densa, como de nave espacial estrellada hace tiempo. Sabía que estaba en un lugar conocido por sus experimentos y cálculos infinitos, y sin embargo, me pareció un lugar mágico.
Pero volviendo a la doctora Stuckelberger, no tardé en descubrir que no goza de buena reputación entre la comunidad científica. Al parecer, esta colaboradora de la OMS y especialista en envejecimiento se erigió como antivacunas durante el Covid, y desde entonces sólo hace que esparcir teorías conspiranoicas. De modo que a la obsesión con la bufanda alienígena se le sumó el descenso de Stuckelberger a la oscuridad o a la fantasía: ¿Acaso vio o vivió algo que truncó su empirismo, que le hizo creer en el más allá o en algo que sólo ve ella? Las casualidades son un poco eso, conexiones y evidencias que una percibe con demasiada fuerza.
Ya es casualidad que el mayor acelerador de partículas de España esté en mi comarca, el Vallès Occidental, y que dicho sincrotrón se llame Alba. Que ande yo acelerada últimamente, sufriendo vértigos por la calle, debe de ser accidental.
Al quinto día de experimentar dichos mareos fui al médico y resultó que tenía la tensión por las nubes. Pensé que mi estado sólo podía explicarse por un estrés de nivel atómico: en el 2024 han convergido el vacío después de publicar una primera novela que tardé demasiado en escribir, la ausencia de un hogar seguro, varios amagos de ruptura, el mantenimieto de mi decisión de no ser madre —la nave se agita y tiembla a medida que se acerca a la estratosfera de la infertilidad— y un fecha señalada a la vuelta de la esquina: mi 40 cumpleaños.
Una amiga me escribió para invitarme a su aniversario. Le conté sobre mis mareos y mi estrés vital y me recomendó una terapeuta sin darme nigún detalle. Sólo dijo que a ella la había ayudado en muchos momentos de su vida. “No lo dudes, ya me contarás”. Casualmente, la pequeña clínica se encontraba al otro lado de la calle, así que no encontré ningún motivo para no ir. Después de dibujarle mi cuadro de estrés vital atómico, esperaba que la terapeuta me hiciera un masaje craneosacral o cardiovascular —es lo que pone en su perfil de Whatsapp— pero en vez de eso, dijo con una voz suave: “¿Puedo decirte algo? Tu padre está aquí contigo, lo noto claramente. ¿Es alguien importante para ti?”.
Mi padre murió en 2016 y tenía tendencia a la hipertensión. Entre otras cosas, mi libro es un intento de despedirme de él.
Yo había ido allí a por un masaje, pero la terapeuta me hizo tumbarme y repetir en voz alta frases dirigidas a mi progenitor. Una de ellas me desató el llanto. Supongo que hay diferencia entre escribir cosas y decirlas en voz alta, hacer que ciertas palabras te salgan por la boca.
Salí de la clínica confundida y ligera. Inmediatamente escribí a un amigo que sigue en contacto con el fantasma de un ser querido que falleció de forma traumática hace poco. “Girl, es una proyección astral”, contestó. “Tu padre está de visita, probablemente se ha instalado en tu cuerpo. La línea entre su mundo y el tuyo es muy fina ahora mismo, deberías aprovechar para hablarle”.
Lo que vino después me lo guardo para mí.
No soy ninguna mística. Soy de las que lee el horóscopo cada día pero le hace caso sólo si dice cosas buenas. Sin embargo, no me sorprende la manifestación de energías y presencias. No me dan miedo los fantasmas, los alienígenas ni las chiripas extremas, y no sé si es porque no creo en nada o si es porque creo mucho y lo tengo normalizado, como de ir por casa, como de calcetines y bufandas. Soy consciente de estar jugando con elementos indemostrables, pero si estas señales y coincidencias me ayudan, será que en el fondo poseen algo verdadero, que siempre contuvieron una semilla palpable en su interior. Del mismo modo que una ficción puede provocar un suceso o un cuento puede bajar mi presión arterial.
Estos días me encuentro mejor. Ninguna de mis preocupaciones ha desaparecido por completo, pero siento que estoy en el raíl correcto, mucho más en contacto conmigo misma y con mi cuerpo. Trabajo en la segunda parte de un ensayo sobre la no maternidad, que es una encrucijada en sí misma, una puerta de fuego que duele atravesar aunque quiera llegar al otro lado.
Durante mi proceso de documentación leí un reportaje en el que la periodista Christine Emba reflexionaba sobre por qué las ayudas económicas o de conciliación no mejoran los índices de natalidad: “Tiene que ver con una necesidad humana profunda pero no cuantificable, la necesidad de un significado. Muchos adultos jóvenes no están convencidos de su propio propósito, o del propósito de la humanidad”. Justo después de terminar esa lectura, se me cruzó una entrevista al escritor Jordi Sierra i Fabra, que afirmaba desde el titular: “Cuando yo era pequeño el mundo era mucho más duro, pero había espacio para los sueños. Hoy en día cuesta mucho soñar”.
La película que más le gustó a mi padre antes de enfermar fue Interestellar. Llegamos a bromear con que se asomaría a través de mis estantes de libros cuando llegara al otro lado. Entre tanta mentira pérfida e interesada, tiene sentido creer y fabricar mentiras buenas para hacer más vivible la realidad. Estas fiestas no os olvidéis de la bufanda.
Coincidencia o no, llevo tb casi una semana con esos mareos, y el estrés por las nubes por causas múltiples. Tu lectura ha sido hogar Alba. Gracias por compartirlo :)